jueves, 9 de mayo de 2013

La prehistoria del mar en las redes

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Fósiles capturados por error descubren cuatro nuevas especies de zifios, primos lejanos de los delfines, que vivían en el Atlántico hace 20 millones de años

 
Ismael Miján, investigador de la Sociedade Galega de Historia Natural, con uno de los fósiles.
De las redes de un arrastrero gallego, al catálogo zoológico mundial. Cuando Miguel Iglesias recogió un extraño cráneo fosilizado entre las artes del Nuevo Richardno era consciente de lo que había pescado. Fue en septiembre del 2006. El punto de partida de una investigación que, siete años después, ha probado la existencia de cuatro nuevas especies de zifios (cetáceos odontocetos), algo así como un primo lejano de los delfines, que nadaban en las aguas atlánticas de la Península Ibérica hace 15 o 20 millones de años, en el Mioceno.
El pesquero faenaba en el caladero de La Selva, a unos 70 kilómetros mar adentro al Noroeste de Cedeira, cuando se topó con esta joya paleontológica que reposaba en el fondo marino, justo al borde de la plataforma continental, un lugar que se ha revelado como una auténtica mina de fósiles. Su pequeño tamaño, 66 centímetros, es inversamente proporcional a su valor científico, ya que arroja nuevas luces sobre la Teoría de la Evolución formulada por Darwin. Aquel fósil pescado por error acaba de bautizar una nueva especie de zifio, la Tusciziphius atlanticus, y abrió la puerta al descubrimiento de tres más: Choneziphius leidyi, Globicetu hiberus e Imocetus piscatus. La historia de este descubrimiento está salpicada de casualidades y le debe mucho a los pescadores gallegos de Cedeira, Camelle y Muxía, y alguno luso, que han ido cediendo decenas de fósiles a la Sociedade Galega de Historia Natural de Ferrol (SGHN), que ya presume de la mayor colección de mamíferos marinos de España a base de huesos y vértebras donados y reconstruidos por voluntarios desde 1973.

Cráneos fósiles de las cuatro especies de zifio descubiertas

Cuando Ismael Miján, voluntario de la SGHN, se tropezó hace siete años con el cráneo de zifio del pesquero cedeirés, supo que tenía entre manos el rastro de un cetáceo único. “Era de los más antiguos y casi mejor conservados del mundo”, recuerda. Musicólogo de carrera y apasionado de la zoología, Miján publicó su hallazgo en una revista chilena especializada y su artículo llamó la atención de dos autoridades en paleontología marina: Giovanni Bianucci, de la Universidad de Pisa, y Olivier Lambert, del Museo de Ciencias Naturales del Bélgica, que viajaron hasta Ferrol para estudiar el fósil. Al equipo se sumaron poco después otros dos expertos, Klaas Post, del Museo de Historia Natural de Rotterdam (Holanda) y Octavio Mateu, del Museo de Lourinha (Portugal).
Así arrancó, en 2008, una investigación que acaba de dar sus frutos (publicados el 29 de marzo) en la revista Geodiversitas con un artículo de 50 páginas que documenta y suma cuatro nuevas especies de cetáceos al catálogo mundial. Los cuatro eran grandes buceadores de hocico pronunciado que podían sumergirse a un kilómetro de profundidad porque habían desarrollado un potente sónar que les permitía interpretar los ecos para cazar y moverse.
Se desplazaban por las aguas frías del Atlántico Norte (de Galicia a Terranova) y una barrera marina ecuatorial les impedía cruzar a zonas más cálidas. Medían de cuatro a 10 metros de largo, carecían de dientes y se alimentaban de cefalópodos que apresaban por succión. Lo más curioso, explica Miján, es una esfera craneal en la parte frontal de la cabeza de los Globicetus hiberus. Es una pieza de hueso durísimo, infinitamente más espeso que uno humano, que les servía a los machos para protegerse cuando se peleaban a cabezazos por el territorio y las hembras. En lugar de la esfera, el Tuzciziphius atlanticus tiene una cresta rostral que es otro ejemplo de dimorfismo sexual: los machos las tienen y las hembras no.
En total, los cinco expertos estudiaron unos 40 cráneos válidos, la mayoría hallados en las costas gallegas, y desecharon varias docenas de fósiles que examinaron en las casas de muchos marineros que los guardan como souvenir prehistórico anulando su valía científica. “En un bar luso, ya no recuerdo donde, vi un fósil de calderón decorando el suelo”, relata Miján Vilasánchez. Resulta que no hay ninguno inventariado en los museos así que probablemente aquel era el único, cuenta apenado. A los fósiles les han hecho de todo, desde un TAC a rayos X para extraerles con las técnicas de la medicina moderna toda la información de un pasado muy remoto. Al borde de la plataforma continental de A Coruña fueron cayendo los zifios cuyos esqueletos fosilizados se enredan en las artes de los pesqueros de atracan en Cedeira. De allí proceden alguno de los mejores hallazgos que se pueden ver en el Museo da Natureza de la SGHN de Ferrol, desde un calamar gigante hasta un extraordinario tiburón duende, en una colección única hecha con poco dinero a base de donaciones y del esfuerzo de muchos voluntarios.

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