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“Deben buscarse los amigos como los buenos libros. No está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; sino pocos, buenos y bien conocidos”, dijo Mateo Alemán, un novelista español. Y lo cierto es que no andaba desacertado ya que con el tiempo vamos aprendiendo a querer más, pero a menos personas.
Lo cierto es que las experiencias vitales que vamos viviendo hacen que nuestro círculo de amigos sea más selecto. No se trata de que nos desencantemos o de que nos convirtamos en antisociales sino de que vamos separando la paja del grano y finalmente comprendemos que no importa la cantidad sino la calidad de las relaciones que establecemos.
Los años nos ayudan a elegir mejor
A medida que maduramos también ocurre otro fenómeno: nuestras prioridades cambian y nos interesa más rodearnos de las personas que realmente cuentan, de gente que nos aporte y que mire en nuestra misma dirección. A medida que nos queda menos por vivir, comprendemos que nuestro tiempo es una posesión valiosa y es comprensible que solo queramos compartirlo con ciertas personas. Por eso, poco a poco, vamos decantando nuestro círculo de amistades.
De hecho, un estudio realizado en la Universidad de Rochester desveló que a los 20 años priorizamos la cantidad de amigos sobre la calidad de estos, y así nos sentimos a gusto. Sin embargo, a medida que pasan los años comenzamos a priorizar la calidad sobre la cantidad. A partir de los 30 años, tener amigos verdaderos es lo que nos ayuda a mantenernos alejados de la depresión y la soledad, mejorando nuestro equilibrio emocional.
La amistad duplica las alegrías y divide a la mitad las tristezas
A lo largo de la vida también va cambiando nuestro concepto de amistad. Durante la infancia prácticamente todos los compañeros de clase son nuestros amigos, pero al llegar a la adolescencia y la juventud vamos perfilando ese grupo de amigos, que es más cerrado pero sentimos una mayor pertenencia ya que compartimos los mismos intereses y valores. En ese momento de la vida estamos buscando nuestra identidad.
Sin embargo, más tarde, alrededor de los 30 años, cuando ya hemos encontrado nuestro lugar en el mundo y sabemos lo que queremos, seleccionamos mejor a las personas que nos rodean, las elegimos en base a lo que nos aportan y cómo nos hacen sentir. En ese momento queremos a nuestro lado a personas que no solo dupliquen la alegría sino que también nos ayuden a aliviar las penas. Queremos a amigos que nos comprendan y nos hagan sentir que somos importantes para ellos.
Con el tiempo aprendemos a valorar la amistad y nos convertimos en mejores amigos
Con el tiempo no solo elegimos mejor a nuestros amigos sino que también nos damos cuenta de su importancia. Las experiencias que hemos vivido nos han demostrado la importancia de tener un hombro sobre el cual llorar, a una persona que nos motive cuando nadie más lo hace o simplemente a alguien que esté a nuestro lado.
Por eso, compensamos los “amigos” que vamos perdiendo con la madurez con relaciones mas profundas y comprometidas. Queremos a menos personas, pero queremos más, nos comprometemos más. Con esos amigos del alma creamos un vínculo más profundo que no solo resiste el paso del tiempo sino también los desencuentros y las diferencias de opinión. Podemos enfadarnos, pero sabemos que estará a nuestro lado si le necesitamos.
Sin duda, en el mundo de las redes sociales, donde muchos están obsesionados con el número de amigos e incluso presume de ello, este es un mensaje sobre el que debemos reflexionar.
Fuente:
Carmichael, Cheryl L.; Reis, Harry T. & Duberstein, Paul R. (2015) In your 20s it’s quantity, in your 30s it’s quality: The prognostic value of social activity across 30 years of adulthood. Psychology and Aging; 30(1): 95-105.
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