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Que los animales sienten y padecen es algo que siempre he sabido. ¿No es de sentido común? Si tienen un sistema nervioso sienten el dolor. No hay vuelta de hoja. En serio, no la hay, por muy cavernícolas que algunos energúmenos se pongan, pero hoy no vamos a tratar del dolor. O al menos, no del meramente físico. A los jóvenes científicos, afirma el autor del libro de hoy, se les enseña que la mente animal (si existe –y sí, existe–) es insondable. Hay que evitar a toda costa las cuestiones acerca de la vida interior de los animales, y sin duda la tienen. Es una cuestión que no hay que tratar porque nos cuesta reconocer que la barrera entre humanos y animales es artificial, ya que los humanos también son animales. En la década de los 70, el libro La cuestión de la conciencia animal provocó que muchos etólogos marginaran a su autor, David Griffin, quien averiguó el uso que hacían los murciélagos del sonar para orientarse. “Sugerir que otros animales podían sentir algo, cualquier cosa, no solo podía provocar un momento incómodo, sino que podía acabar con tu carrera”.
¿Es que necesitamos tan encarecidamente creer que somos tan tan superespeciales, tan únicos en el mundo? No lo somos. De hecho, somos lo peor. Lo más bajo. No seríamos capaces de sobrevivir en la selva simplemente con un taparrabos. Todos somos distintas formas de vida compartiendo (y lo de compartir es un puto eufemismo) el mismo mundo.
Es imposible hablar de Mentes maravillosas sin llenar la reseña de extractos y citas del mismo. Llenaría páginas y páginas con ellos porque explicarían mejor que yo lo que los animales son capaces de sentir, de hacer por ellos mismos, por sus compañeros y familia, por otras especies e incluso por los humanos. En este libro se demuestra que lo que entendemos por “mente” no es algo que únicamente posea nuestra especie.
“Un elefante se acerca al agua pensando ya en el alivio de refrescarse y en los placeres del barro. Cuando mi perro se tumba de espaldas para pedirme que le rasque la tripa, lo hace porque ya está pensando en la sensación relajante del cálido contacto entre los dos. Incluso cuando no tienen hambre, mis perros siempre disfrutan de una golosina. Y repito: disfrutan.”
“Unos investigadores presenciaron cómo una elefanta arrancaba algo de comer y lo introducía en la boca de otra, cuya trompa estaba gravemente magullada. Los elefantes sienten empatía”.
Incluso ayudan a las personas. En el libro se cuenta la historia de una anciana medio ciega que se perdió al atardecer y se tumbó bajo un árbol. Se despertó en plena noche y vio a un elefante olisqueándola con la trompa. Acudieron más elefantes y en un momento todos estaban rompiendo ramitas y cubriéndola.
¿La dieron por muerta y la cubrieron, pues ella estaba paralizada por el miedo, o motivados por la empatía la sepultaron para protegerla de hienas y leopardos?
Mentes maravillosas ha sido posible gracias a décadas de observaciones a varios grupos de animales: los elefantes de Amboseli (Kenia), los lobos de Yellowstone y las orcas del Pacífico Noroeste. Es en parte un ensayo científico asequible y sin vocabulario técnico, que se ve enriquecido (y mucho) con hechos y anécdotas de animales que en ocasiones nos harán emocionarnos, y en donde la mano del hombre suele joderlo todo. En realidad, el libro es lo contrario: un conjunto de historias observadas a los animales, salpicadas de vez en cuando por explicaciones científicas.
El libro intenta explicar también lo errado de los métodos usados al observar a los animales e intentar medir su inteligencia u otras capacidades. “Como somos humanos, tendemos a estudiar la inteligencia de tipo humano de los no humanos. Si un león pudiera hablar, no lo podríamos entender”.
Fuente: https://www.librosyliteratura.es/
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