jueves, 14 de marzo de 2013

Cinco características fundamentales del vendedor de humo

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Decía Carl Sagan en su libro El mundo y sus demonios que había desarrollado un “kit para detectar tonterías”, un conjunto de herramientas lógicas gracias al cual podía detectar falacias e inconsistencias en argumentos prestos al análisis escéptico. En la descripción del kit, Sagan presentaba los tipos de falacias lógicas más comunes y animaba al lector a comprobar y contrastar las fuentes de la información, a aplicar la navaja de Occam y, obviamente, a utilizar un sistema de corrección constante y búsqueda de errores similar al que ha hecho progresar a la ciencia moderna.
Como buen científico, basó su kit en la observación de los fraudes y mentiras que han azotado a la humanidad desde el albor de los tiempos y resultaba fascinante constatar cómo el engaño no ha cambiado tanto desde que descubrimos el fuego o inventamos la escritura, y quizá la única diferencia radique en que el tiempo ha convertido algunos de ellos en tradiciones respetables…

Con semejante cantidad de información debería ser fácil abstraer un conjunto de normas básicas que nos permitiesen levantar sospechas sobre un hecho. En mi humilde opinión, hay cinco características fundamentales que todo buen vendedor de humo debe presentar.

1. Prometer la Luna
La vida eterna en un paraíso reservado para unos pocos. La capacidad de utilizar el cerebro como lo hacían los grandes pensadores alemanes de principios del siglo XX. Más fuerza, longevidad o un miembro viril de un tamaño monstruoso. Como los grandes titulares de los periódicos, quien acomete el engaño lo presenta con unas pocas frases atractivas que puede o no matizar más tarde: gratis sí, pero luego extiéndeme un cheque, o verás a dios pero los resultados no están garantizados. Lo importante es darle al espectador lo que pide, desea o mejor todavía, una nueva necesidad, y siempre debe ser algo increíble. Si además las promesas son vagas o difusas, menor probabilidad de tener problemas con la justicia.

2. Iniciar la guerra
Desde Temístocles hasta George W. Bush, el gran aliado de los líderes políticos y militares ha sido el miedo de sus conciudadanos a un enemigo, ya sea real o imaginario. Un grupo de personas con miedo es manipulable. Por eso todas las grandes manifestaciones de la superstición, la pseudociencia o las hipótesis conspirativas tienen siempre uno o varios enemigos: espíritus malvados, científicos locos incapaces de aceptar una supuesta revolución o gobiernos en la sombra formados por lagartijas gigantes (sic).

3. El valor añadido
Coge algo viejo, hazle un lavado de cara y véndelo como si fuese completamente nuevo. Las estafas, los timos, las supersticiones, etcétera, se aprovechan de esa cualidad tan estoica que es el “eterno retorno”. El cristianismo es una mezcla de algunas corrientes filosóficas de la época con un trasfondo judío, por ejemplo, y añade ese punto tan útil para la gobernación de la plebe según el cual “los mansos heredarán la Tierra”. Los súcubos e íncubos de los siglos XVII y XVIII, que inmovilizaban a sus víctimas mientras dormían, las violaban y humillaban, se convirtieron en los extraterrestres aficionados a los tocamientos anales del siglo XX. Y los remedios milagrosos que los curanderos vendían desde sus carretas están hoy en las teletiendas de medio mundo, aunque en lugar de curar los efectos de la polio o evitar los contagios de la peste, te convierten en una sílfide o mejoran tu concentración en un 200%.

4. Autoridad
El doctor Falacius asegura que este medicamento funciona. Por desgracia, su certificación en medicina alternativa no es válida en ningún país civilizado, cuesta apenas 300€ y puede obtenerse por correo sin acudir a una sola clase. Sin tener que llegar a este extremo, hay personas que para convencer a sus clientes potenciales no dudan en mentir, tergiversar, omitir información, etcétera. Suelen mentir los que dan a su producto el sello de aprobación de uno o varios científicos, pero no son capaces de decir quiénes son, de dónde, qué clase de pruebas han realizado o si son reproducibles. Tergiversan los que saben que existen evidencias contra sus productos y por ello llegan a utilizar a críticos eminentes. El ejemplo más conocido es el del creyente en la hipótesis del diseño inteligente que saca de contexto citas de científicos, sobre todo biólogos, que son reconocidos partidarios de la teoría de la evolución. Por último, omiten información los que apuntalan su defensa en algunas características que, en el fondo, son irrelevantes como la tradición, la antigüedad, la espiritualidad, etcétera. El caldo de cultivo más fértil para este comportamiento es la medicina alternativa, y el paradigma seguramente sea China: mientras en Occidente se tiene cierto aprecio por los remedios tradicionales chinos, en China se afanan por importar la medicina occidental. Irónico, ¿no?

5. Siempre es la verdad, absoluta e inamovible
Los dogmas de fe son probablemente la marca definitiva del camelo. Funciona en cualquier condición, en cualquier persona, ahora y siempre, da igual lo que digan los que vengan después. Algo eterno, sea la salvación divina o un remedio para la artritis, nunca ha habido ni habrá nada mejor… hasta que otro quiera vender algo similar, claro. Porque lo que no es definitivo genera desconfianza y miedo, y la desconfianza y el miedo abonan la necesidad de lo definitivo. Por eso se venden tan bien la vida eterna rodeado de setenta y dos vírgenes o los remedios milagrosos contra el cáncer, porque son algo incuestionable y perfecto. Aunque supongo que en la eternidad te puedes aburrir si sólo tienes seis docenas de mujeres.

Pero el éxito de los timos no depende únicamente del proveedor. Los clientes, ya sea por miedo, por una fe dogmática, por el sesgo de confirmación u otros, tienden a hacer el trabajo sucio, publicitando y atrayendo a nuevos adeptos y eventualmente convirtiéndose en nuevos proveedores. Así, la estafa se autoperpetúa y los timados pasan a ser timadores.

Ya lo decía Hobbes, “el hombre es un lobo para el hombre”. No le faltaba razón.

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