sábado, 22 de febrero de 2014

Todo lo que nunca te dije

Lo mejor que teníamos es que los dos sabíamos que en algún momento todo esto se acabaría. Lo mejor y lo peor, al mismo tiempo. Como los días soleados que acaban con tormentas de verano. Todo en un abrir y cerrar de ojos. Como un suspiro. Como una montaña rusa. Así de indeciso era lo nuestro. Quizá por eso me nos enganché enganchamos tanto. Porque contigo cada día era algo nuevo y ninguna noche se parecía a la anterior. Porque lo nuestro habría sido un Oscar a “mejor guión” asegurado y un auténtico quebradero de cabeza decidir entre comedia o drama. Aún así, la vida nos pareció mejor que en las películas. Por eso sé que mereció la pena.

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Pero no fue suficiente. Porque eso que dicen por ahí de que “si quieres algo con todas tus fuerzas acabará pasando” es cierto hasta cierto punto. Valga la redundancia. Porque entre nosotros no había futuro, por mucho que alguno de los dos quisiera. Y porque saberlo y seguir con esto era una locura, pero de locuras se vive y a veces hay que hacerlas para sentir que seguimos vivos.

Por dónde iba. Que me pierdo. Igual nos volvimos locos, locos como cabras. Porque podíamos pasarnos una noche entera riendo a carcajadas y saber que, al llegar a casa, uno de los dos lloraría tanto que dolería de verdad. Sólo que el otro nunca lo sabría… Porque ese era nuestro tema tabú.
Jugamos a interpretar papeles de tipos duros y fríos, a nunca pasarnos de la raya con eso de los abrazos y los besos, aunque más de una vez se nos fuera de las manos. Porque cuando cruzábamos esa línea, ya no sólo estábamos jugando con fuego… Quemaba de verdad.

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Nunca estuve tan pegada al móvil por si recibía un whats app tuyo y nunca tuve tantas ganas de decirte todo lo que nunca te dije. Y por eso nunca nos despedimos. Un día, de la noche a la mañana, se había acabado. Sin hablarlo, no hizo falta, nos conocíamos bastante bien, más de lo que parecía.

Y nos entró tanto pánico que decidimos largarnos en sentidos contrarios y empezar a pensar con un poco de cabeza. Quizá fuimos unos cobardes, porque sabíamos que la despedida sería dura y que en una semana tú te habrías largado de esta ciudad y desaparecerías, no sé si por un tiempo o para siempre, de mi vida. Y todo este tiempo que nos volvió tan locos y tan felices se acabaría. Porque así fue como pactamos todo desde el principio. Y las reglas están para cumplirlas.

Me pasé toda la semana pegada al teléfono esperando una llamada que nunca llegó. Lo más fácil habría sido llamarte y vernos, con una venda en los ojos y la mente en blanco. Y pasar una tarde juntos como otra cualquiera, sin dramas y sin discursos de despedida. Porque ya se habría encargado alguno de los dos de decir que nos veríamos una vez más antes de que te fueras. Aunque ambos supiésemos que nunca ocurriría.

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Pero no pasó.
Nada de todo eso pasó.
Y ninguno movió ficha.

Y es ahora cuando todo me recuerda a ti, enciendo la radio y escucho aquel grupo que siempre llevabas en tu coche, veo tu nombre por todas partes, leo historias que me recuerdan a nosotros o me percato de que en las noticias hablan más de la cuenta de, casualidades de la vida, sucesos que ocurren donde vives ahora. 
Algún día volveré a ese sitio que frecuentábamos para olvidarnos del mundo, ese sitio que sólo tú y yo conocimos… Where nobody knows.
Fdo: Café Desvelado


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